SE LLAMABA JUAN, SIMPLEMENTE JUAN
Margot
Título de la obra: Afiche
Ilustración de: Norma Sánchez Forgione
Dibujo en: tinta sobre papel
Medidas: 0,30 m x 0,40m
I
Una tardecer lluvioso supo emerger entre brumas, sigilosamente, una barca que trajo a su memoria a Margot, la esposa de don Juan. Tal como recordara, don Juan, un carpintero y amigo de sus padres, en actitud absolutamente desinteresada, le había obsequiado, en plena adolescencia, la que habría de ser su primera biblioteca. El hecho es que, conmovida por la evocación, advirtió lo poco que sabía sobre Margot. Sin embargo, acicateados por la nostalgia, los recuerdos se hicieron presentes como conejos salidos de la galera de un mago y, poco a poco, su figura fue haciéndose más nítida. De ella guardaba su permanente alegría, su carcajada estridente y contagiosa, sus ojos negros inmensos y su cabellera azabache. Pero, para su sorpresa, el rememorar le permitió sacar a la luz la trágica historia que Margot se había empeñado en ocultar bajo aquella risa franca. Hija de madre circense, Margot supo desde pequeña lo que era amodorrarse bajo la cadencia de los carromatos que ingresaban, en permanente bamboleo, por las calles de los barrios, llevando consigo a cada pueblo la magia del circo. Tal parece que, apropiadamente entrenada, había aprendido a cabalgar sobre la pista de aserrín ,a sorprender formando parte de lo más alto de una pirámide humana entre atléticos acróbatas o a despertar el asombro del público cuando, colgada de su larga y renegrida cabellera daba vueltas, hasta el vértigo, en derredor de una soga cada vez a mayor velocidad.
Es decir que Margot supo de los aplausos del público tanto entre las luces de espectáculos nocturnos como en la sencillez de las siestas pueblerinas pero supo también de las carencias y el abandono. -Algunas mañanas, como tantas-narraba -comencé a despertar en la soledad del carromato.Después, esa soledad se fue acrecentando. Finalmente, una tarde en que el espectáculo se cancelara por las lluvias, fuimos de visita con mi madre a la casa de una vecina del barrio. Allí, me quedé dormida. Y al despertar ,ya de nochecita-contaba con los ojos húmedos -sencillamente me explicaron: -“Tu mamá tenía que marcharse con el circo… No podía llevarte pero, pronto, regresará”. Sin embargo, pronto no llegó nunca y Margot supo de la largura de los días y las noches sin la familia circense y sin su mamá. El caso es que cada vez que quiso comprender no pudo hasta que aprendió a conformarse con el trueque que le hacía la vida y de su debilidad brotó la fortaleza mientras crecía en el hogar de menores donde el juez consideró que sería oportuno estuviese hasta la mayoría de edad. De modo que Margot cambió el circo por el desarraigo y aprendió a exorcizar las penurias con su risa. Al salir del hogar trabajó como empleada doméstica y en las salidas de fin de semana supo de amores y se repitieron las promesas y los abandonos hasta que en su vida apareció el buenazo de Juan.
II
Juan con sus silencios. Juan con su trabajo. Juan con sus visitas semanales. Juan tan ceremonioso. Juan tan correcto.
Juan tan sin reproches. Aquerenciarse con don Juan después de tanta zozobra no habrá sido difícil. Y el velero del dolor quiso anclar en ese puerto calmo para construir un hogar y crecer en familia. Uno, dos, tres hijos. Margot y Juan. El hecho es que a medida que transcurrían los días y los años el prestigio de don Juan como carpintero iba en aumento y Margot no necesitó salir a trabajar. Dedicarse al hogar y los críos parecía ser un premio ante tanto pasado de carencias. La vida le daba la oportunidad de resarcirse del abandono amamantando y protegiendo a los suyos. Margot lo disfrutó a pleno y mientras cantaba tendía pañales en la soga del patio para que el sol los terminara de blanquear. -Crecí en medio del barquinazo de los carromatos, de la angustia de los agujeros para emparchar en las carpas, del ruido en las tripas porque no había casi nada para cenar esa noche-decía. -Cada día era un nuevo día de zozobras; cada dos o tres meses me cambiaban de escuela y de compañeros -rememoraba. Hoy, desde la adultez, pienso que Margot tenía razones más que suficientes para valorar y sentirse dichosa por la sucesión de días estables junto a Juan. Juan y el olor a madera de la carpintería; Juan y el cepillo que se deslizaba alisando las asperezas de los tablones y tapizando el piso con las virutas. Juan y las hileras de ladrillos que crecían lentamente para dar lugar a una habitación más . Juan y su ropa de fajina transpirada por el sudor del trabajo honesto y constante. Lo cierto es que a la sucesión de días grises en el invierno barrial se lo solía amenizar con la escucha del radioteatro de las tardes. Cada siesta Margot aprovechaba para zurcir la ropa, planchar y acomodarla en los cajones mientras se concentraba en los melodramas a través de las voces de sus protagonistas y los efectos especiales del soporte técnico. Cada tarde el drama iba increscendo hasta que la protagonista se enteraba de algún secreto de familia o sollozaba clamando al cielo reencontrarse con el amado. -Más de una vezno podía controlar los latidos del corazón y mi respiración se acompasaba al ritmo del relato y durante las propagandas bajaba el volumen de la radio para que los chicos no fueran a despertar–confesaba. El hecho es que las voces de los protagonistas ingresaban a la cocina del hogar posibilitando que la imaginación completara la maravillosa incompletud del suceso radial. -Y una tarde me enteré que la compañía del radioteatro saldría de gira y que el fin de semana llegaría al pueblo para actuar en el cine de mi barrio-relataría después. Margot azorada habló con Juan porque nada parecía más increíble que poder conocer personalmente a las figuras famosas que la hacían llorar, reír y reconciliarse con la propia historia cada tarde. -“¿Y a vos qué te parece?”-le preguntó inquieta.
III
-Y ese sábado Juan le dio una mirada a los chicos y yo hice desde temprano la cola en el cine para sacar la entrada-diría después. Las puertas del cine publicitaban el espectáculo con afiches a todo color de la actriz, el galán y el resto de los artistas que desataban tantas emociones con la magia de sus voces.
Porque era indudable que ellos posibilitaban que cada oyente hiciera contacto en lo más profundo de sí a partir de los hechos más nobles y más siniestros del guión. Un guión que debía iniciar, desplegar y concluir el drama tan solo durante dos horas de duración. Vale decir que, durante más de dos horas los espectadores estarían absortos en la magia de sucesos fantásticos, irreales pero absolutamente creíbles. -La cola era larga y, en el mientras tanto y tan solo para no aburrirme, empecé a leer las carteleras-diría después. Ante sus ojos desfilaron los nombres de quienes desempeñaban los roles protagónicos, los vestuaristas, sonidistas y allí también se mencionaba al representante que llevaba el espectáculo de barrio en barrio .Solo que en este caso el representante no era un hombre sino una mujer .Tras un sobresalto Margot volvió a releer con atención.Imaginó que se había equivocado, que había leído mal, que quizá se había cometido un error, que tal vez…pero allí estaba escrito.Y el nombre que la empresaria usaba era el mismo nombre y apellido de fantasía que su madre acostumbraba utilizar en el mundo del espectáculo desde los años de su infancia. Lo leyó. Lo releyó. Sintió que su corazón dejaba de latir. Que el diafragma bloqueaba su respiración. Intentó guardar la compostura apoyándose en la pared más próxima. Abandonó la cola sin importarle que los demás la observaran. Al principio, los de atrás la esperaron respetando por un rato el hueco que su desplazamiento había generado pero después arremetieron para ganar un lugar. -¡Dale!- dijo uno. -¡Ya va a empezar!-dijo otro.
-Sentí que el vértigo me iba envolviendo, que la sudoración se deslizaba por mi espalda, por mi frente y que me empapaba, que mi pulso se aceleraba-dijo. -Quise despegarme de la pared porque la pared ya no me sostenía-acotó. -La pared estaba llena de afiches coloridos-intentaba describir con la barbilla temblorosa-pero esta vez yo era una niña muy pequeña que giraba vertiginosamente alrededor de una soga sostenida, como en mi infancia, tan solo por mi cabellera larga y negra. Nunca supo cuánto estuvo girando en ese otro tiempo y espacio solo que esta vez, al descender al aserrín con sus zapatillitas de danzas, quien la sostenía por la cintura era un hombre de rostro amigable. -Tan solo puedo recordar su rostro regordete –dijo haciendo un esfuerzo.El hombre susurraba algo, movía los labios, volvía a sonreír. -¿Está bien?-quiso saber el hombre. Y parece ser que alguien acercó una banqueta y Margot permaneció allí suspendida en otro tiempo ajena a la tiranía del reloj. -¿Se siente mejor?-Vuelve a interrogarla el hombre. Ahora bebe el agua fresca y siente las voces más cerca. El agua y la brisa la traen al presente. Sus ojos vuelven a hacer contacto con los ojos del hombre de rostro amable que le sonríe una vez más. Margot con el dedo subraya un nombre y un apellido de fantasía en el afiche multicolor. El hombre regordete le pregunta -¿La conoce? Margot asiente. Sus ojos intentan reprimir las lágrimas. -“Es mi madre”- dice.
Después el reencuentro…Después el abrazo… Después el perdón…Después, otra vez, la partida… Las manos se agitaron en el aire hasta que el Plymouth negro desapareció envuelto en la polvareda de noviembre. Pero esta vez Margot no gira en el aire jalada por los cabellos. Esta vez Margot sale al patio soleado y tiende pañales mientras canturrea y ceba mate para don Juan.
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