Almas en pena

Relatos de misterios

Almas en pena

Ilustradora: Norma Teresa Sánchez de Fiorgione Titulo de la obra: Almas en pena Técnica: Tinta sobre papel Medidas: 12cm x 18cm

Esa tarde caminó las cuadras que la llevaban desde el subte a la casa de su amiga con cierta inquietud. Ni siquiera  la magia de las hojas amarillas que comenzaban a desprenderse anunciando  la presencia del otoño pudieron  aquietar  su pensamiento .Todo su esfuerzo estaba dirigido  a   reconstruir las circunstancias en las que se había entretejido aquella amistad tan cierta y tan antigua.

Instantes breves y plenos desde la juventud a la madurez.  Los miedos y las risas compartidas, el noviazgo, el matrimonio, la maternidad. Toda una vida ovillando luces y sombras en lo cotidiano. Y allí estaba, caminando por las entrañas de la ciudad respondiendo a un angustiante llamado telefónico de su amiga.
-Sabés bien que nunca fui miedosa… ni siquiera cuando mis viejos murieron- le anticipó la  amiga, levemente disfónica, por teléfono- .  -Es cierto- le  respondió Marianela.  -Pues bien… el caso es que ahora sí soy puro desasosiego, replicó la amiga. -No comprendo…no te desbarranques…detenete ahí…stop…  ¿qué pasa? inquirió  Marianela en un intento de aflojar la tensión.
-Siempre fuiste perceptiva… bueno, te lo suplico,  prestá atención… ¡En este instante hay un jadeo que acompaña  nuestro diálogo! le dijo su amiga  bajando  el tono de voz como quien teme ser oída.  -¡Pensé que eras vos la que estabas agitada!- contestó Marianela. -¡No! ¿Te das cuenta? ¡Es horroroso!- Dijo su amiga al borde del llanto.  
Marianela se limitó a escuchar como siempre se escucha a un ser querido, con el oído y el corazón.  -Ni siquiera sé cómo decírtelo. ¡Mi  casa está llena de presencias sigilosas y amenazantes que me acechan!- Confesó su amiga casi gritando.
Tanta zozobra produjo escalofríos en lo más profundo  de Marianela, sin  embargo no se lo dijo sino que hizo un esfuerzo por mostrarse como el puerto solidario que su amiga necesitaba en ese momento. Por otra parte,  ya tenía bastante con su preocupación. -¡Vos me conocés! ¡Siempre rezo! ¡Y mucho más cuando intuyo algo extraño!- declaró su amiga.
-El martes, si te parece,  termino de trabajar  y paso - le respondió  Marianela en un intento de apaciguar su terror. El hecho es que el martes había llegado y en pocas cuadras estaría en casa de su amiga.
Ni bien le abrió la puerta la abrazó con la efusividad de siempre mientras observaba  su melena negra, brillante y pesada que apenas le rozaba los hombros. No obstante, en cada movimiento y pese a su aspecto exterior impecable, a medida que compartía sus zozobras, aún en el sencillo hecho de  servir  el  té trasuntaba sus miedos.
En efecto, su amiga sospechaba  que los acontecimientos habían comenzado con la compra a un particular de ciertos artefactos electrónicos y  algunos muebles usados para  renovar la  decoración del departamento. Recién iniciado marzo había seleccionado un aviso donde se anunciaba, brevemente, que por viaje al exterior, familia de  diplomático vendía algunos  muebles: reloj centenario con Big Ben; piano y taburete incluído; vajilla y varios aparatos telefónicos.
Acordó una entrevista y, una vez en el lugar, eligió lo que le pareció más conveniente de modo tal  que, durante el mes de abril,  el flete hizo el traslado de una biblioteca, un hermoso piano blanco, el imponente y centenario  reloj de pie con péndulos de bronce  y también,  dos  teléfonos inalámbricos.
 Firmada la recepción su amiga había decidido   dejar todo embalado hasta el fin de semana próximo en el que comenzó a ubicar cada cosa en un espacio acorde. Incluso lo primero que hizo fue contratar un experto para afinar el piano.
-¿Y el reloj? Preguntó  Marianela que no quería perder un solo detalle en el relato de su compañera. En ese instante, la lividez de  su amiga fue en aumento y ,dando un rodeo, respondió : -Y  aquí me encontrás hoy, entre teléfonos que jadean, un piano en el que en el momento más inesperado manos  invisibles comienzan a  ejecutar  alguna melodía y una biblioteca que, aunque no lo creas, ordena sola y siempre en el  anaquel correspondiente  cualquier libro que yo deje olvidado en mi mesa de luz o en mi escritorio o  fuera del lugar que le corresponde! acotó frenética.
-¿Y el reloj?  Insistió  Marianela.
-Todos, tanto mis familiares como mis amigos, creían que el reloj  big ben no funcionaba pero al anochecer, en el silencio más absoluto, cuando estoy sola recién entonces los péndulos de bronce comienzan a marcar la  hora con unas campanadas que me aterran”, respondió.  A esta altura del relato  ambas, crispadas, habían perdido la cuenta de la cantidad de  tazas de té que habían bebido. De hecho, la jarra eléctrica había anunciado con un silbido que el agua estaba lista una y otra vez.
Cada tanto, su amiga se quedaba ensimismada… en silencio… absorta en sus pensamientos y preocupada por los sucesos que, de acuerdo a su relato, parecían  pavorosos, imposibles de sostener por más tiempo y que, según decía, de prolongarse la conducirían al borde de la locura.
 Sin darse cuenta, estaban en los umbrales de la noche y de acuerdo a los acontecimientos descriptos por su amiga Marianela pensó que las sombras nocturnas serían muy difíciles de tolerar y, que en tales circunstancias, no estaba dispuesta a dejar  sola a su amiga de modo que  insinuó que no le parecía prudente que se quedara en esa casa un minuto más, al menos, no hasta que pudieran discernir qué estaba pasando y encontraran una solución apropiada. Tal como se daban las cosas le aconsejó cerrar la casa y marchar juntas a descansar. De día todo se vería más claro, aseveró Marianela con la convicción de siempre.
Fue en ese instante en el que Marianela la vio. Con  el índice sobre los labios indicó a su amiga que observara en silencio. Ella, casi en pánico, se puso de pie.  -¿Qué ves? -inquirió angustiada. -¡Una  mujer…ahí… en la pared! respondió Marianela. -No sé si es una luz… pareciera ser un destello…en realidad creo…creo que es que…creo que es…En este punto  hizo una inflexión en la voz como dejando lugar para la duda ¡Creo que es  el reflejo de los  vidrios! Dijo finalmente  su amiga precipitándose y con un ligero temblor en las mandíbulas. -Enfocá la mirada. Intentá controlar  la respiración. Mirá  en el espacio libre después de la pintura de Soldi, le  aconsejó  Marianela tratando de mantener la compostura.
Ambas permanecieron en silencio, conteniendo la respiración y tomadas de las manos, casi sin darse cuenta. Ahora la aparición  se dejaba ver por las dos. -Está triste. Puedo sentir su congoja- dijo una. -¡Sí, cuánta desolación!- Dijo la otra. Inexplicablemente las dos comenzaron a llorar contagiadas por la angustia que creían percibir en la presencia.  En ese instante, paulatinamente, se intensificó la luz que emanaba de la aparición quien, sin perder su naturaleza  etérea, fue acentuando la nitidez de su  aspecto.
Ahora podían vislumbrar la forma de una mujer suspendida en el espacio, deslizándose sobre la pared color borravino desde el piano hasta el imponente reloj.
 Una túnica traslúcida la  cubría hasta los  pies y se movía sutilmente como si la acariciara alguna corriente de aire que escapaba a la torpe percepción de las amigas. Por su rostro también fluían lágrimas que no tardaron en convertirse en un sollozo interminable. La misma angustia se hizo carne en las dos. -“¿Qué te pasa? preguntó Marianela con dulzura y casi sin proponérselo. La  mujer pareció sobresaltarse al   sentirse descubierta. Se  detuvo. Cesó el llanto y descubrió su rostro. Era  de una  belleza angelical y deslumbrante.
-¿Podemos ayudarte?- Le preguntaron las dos casi al unísono. La mujer seguía allí, en  absoluta quietud pero  había comenzado a observarlas con curiosidad. -Si no podemos ayudarte, tenés que irte, le dijo su amiga temblando.-¡Ésta es mi casa! ¡No es la tuya! ¡Estas cosas ahora son mis cosas! ¡No son tuyas!”, agregó con énfasis fingiendo un valor que no tenía.
La luz comenzó a debilitarse .La silueta pareció desaparecer. Se  miraron aliviadas.
-A los que te vendieron todo esto no los llamaron del exterior… ¡Más bien  da la sensación que los están echando!- dijo Marianela como en un susurro y casi sin darse cuenta.-¡Y andá a saber por qué! -Añadió su amiga haciendo evidente la desazón que la embargaba frente a  tan extrañas circunstancias.
¡En ese instante todas las luces de la casa se apagaron!
Sumidas en la más absoluta oscuridad levantaron los ojos aterrorizadas y advirtieron una luz que se expandía en tamaño y fuerza  y  se encaminaba,  vertiginosamente,  hacia ellas. La hermosa mujer se aferraba  a sus espaldas primero y con fuertes embates parecía golpearlas  en la boca del estómago después.
Ambas sintieron cómo se desplomaban ante  la brutalidad de los golpes. Extenuadas se arrastraron hasta  encontrar refugio, bajo el piano una y, bajo el enorme reloj Big Ben, la otra.  Intentaron pedir auxilio pero todo fue inútil. La voz se les quebró en la garganta.
 La casa quedó desierta. El reloj y el piano son ahora sus moradas.                                 
                                                                          Muñiz; Bs.As.;  otoño de 2013

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Autora: María Cristina Avila