Relato - Simón el mago

SE LLAMABA JUAN, SIMPLEMENTE JUAN

  Simón,
 el mago 

“Simón… tenía muy impresionada a la gente de Samaría con sus artes mágicas y se hacía pasar por un gran personaje.” -N.T. Hechos de los apóstoles 8,9- 

Esta es la historia del mago Simón y hoy  se nos ocurre contarla porque aquí lo tenemos, sentado a orillas del río  con los pies en el agua, masajeándose, alternativamente, uno y otro  cada vez. Lo que sucede es que hace horas que corre sin cesar , en la oscuridad de la noche o a la luz del día, por lo que hay heridas y ampollas en los pies del mago Simón. Pero si nos remitimos a la causa, que ha sido más de una, hemos de decir que el mago ha vendido ilusiones durante mucho tiempo razón por la cual  no son pocos los pobladores que hoy desean encontrarlo para un  ajuste de cuentas. El hecho es que el mago Simón, desde pequeño, ha desarrollado ciertas habilidades como las de la prestidigitación  y, además, su conocimiento de hierbas naturales le ha permitido aprender a calmar ciertas dolencias. Por tal motivo, a ello ha dedicado  su existencia desde que los suyos le transmitieran tales dotes.  Lo cierto es que  cada día, casi  al alba, después de un frugal desayuno, en cuanto descorría las cortinas de sus ventanales, se sorprendía por la cantidad de gente que lo esperaba pues, en la región, todos estaban muy impresionados con sus artes mágicas. Y parece ser que algunos apelaban a él para que curase ciertos males del cuerpo y otros  algunos males  del alma, pues -tal como lo describen sus seguidores- Simón tenía capacidad de escucha, es decir, “sabía poner la oreja” por lo que algunas heridas del cuerpo cerraban con los yuyos  y, una que otra herida del corazón también comenzaba a cicatrizar con sus palabras. Por lo demás, no faltó algún que otro comentario sobre las relaciones de Simón con Dios y que, acaso, tanto su nombre como  su misión estuvieran inscriptos en la palma divina desde el principio de todos los tiempos. En efecto, de vez en vez surgía la creencia  que el buen Dios también lo había dotado de una intuición muy desarrollada de modo que, en ciertos casos, no más ver al  consultante, ya sabía qué palabras serían las adecuadas para ayudarle a resolver sus conflictos.  De más está decir que, mientras  esperaban ser atendidos, surgía entre la clientela cierta relación que se iniciaba con el consabido interrogante de: -¿Y usted para qué viene? O bien:-¿Y usted hace mucho que lo conoce?  Y entonces, unas veces por identificación y otras por compasión, mientras esperaban, algunos aprendían a ponerse en el lugar del otro y olvidaban, al menos por un rato, las penas propias  para compadecerse por las ajenas. Y las más de las veces ese era el modo en que crecía la fama del mago Simón. El caso es que, en su aspecto personal, la sobriedad no era precisamente una faceta propia del estilo del mago Simón quien usaba gruesas  cadenas al cuello y pulseras en  sus manos que tintineaban  antes de imponerlas sobre algún cliente. Por otro lado, nos parece  importante señalar que, en los dedos de  su mano izquierda lucía tres anillos de piedras redondas y prominentes: uno rojo rubí, verde esmeralda el otro y de ámbar el tercero.
Y esta madrugada en la que aún no se han descorrido los pesados cortinados, mientras se hace interminable la espera de quienes no saben a qué se debe la demora del mago Simón, no falta quien comente que, desde que cumplió la cincuentena, sus poderes han comenzado a declinar. Pálido y taciturno, con la mirada acuosa y la atención más dispersa que nunca así les parece haber notado los últimos tiempos a Simón. Pero volvamos con Simón que, más preocupado por sí mismo que por sus consultantes, después de haber atravesado montes y valles  yace en la hierba, oculto tras la arboleda y con los pies envueltos en unas vendas con pociones cicatrizantes a base de caléndula que llevaba en su mochila.  Acaba de despertar sobresaltado por sus pesadillas y, mientras  lava la cara con el agua fresca del río, un rictus amargo se dibuja  en sus labios en tanto frota y frota las piedras de sus anillos.

II 

En verdad, lo que sucede es que, en cada piedra preciosa Simón asegura que lleva prisioneros a tres geniecillos.  De acuerdo a sus relatos parece ser que dichos geniecillos, en sucesivas contiendas, intentaron apoderarse del mago y su clientela pero, vencidos por la energía de Simón se vieron obligados a obedecerle. Obviamente, en el acuerdo figuraba que el traspaso de poderes a favor de Simón sería siempre y cuando éste tuviera una conducta intachable. El hecho es que, todo pareciera indicar que Simón, poco  a poco, tentado  por la avaricia, comenzó a cobrar por sus servicios, tanto a pobres como a ricos, sumas de dinero cada vez más cuantiosas. De modo que su ambición lo ha ido superando al punto que  sus ojos brillan  de codicia ante el simple entrechocar de las monedas en los bolsillos de sus clientes. Todo pareciera indicar que, para multiplicar sus ganancias, el mago Simón ha optado-como bien dijimos-por cobrar a pobres y ricos y ocultar sus dividendos en innumerables  bolsitas superpuestas de cuero de oveja que entierra en sus jardines. Vale decir que, cuando Simón camina por sus tierras no lo hace para deleitarse con  las bellezas de la creación sino más bien, para memorizar los escondrijos bajo tierra donde  hace  rato   acumula sus tesoros. Y en lo que respecta a su conducta relativa a las  mujeres hemos de decir que, el último año, el mago Simón se ha enamorado de una de sus ayudantes al punto de perder la cabeza. Joven y bella su auxiliar, mientras lo ayuda a preparar los brebajes y ungüentos, ha dejado deslizar algunas lágrimas por sus mejillas y al verla a Simón le ha conmovido la soledad y confusión que padecía la muchacha. En consecuencia, al mago le ha parecido que quizá él  podría orientarla, exorcizar su tristeza y sacarla de tal melancolía. El caso es que comentan que, con el transcurrir de las semanas, mientras compartían  la labor de  envasar hierbas y elixires en diferentes frascos, Simón encontró la oportunidad de observar a la doncella con mayor detenimiento. Y todos coinciden en señalar que, en esas circunstancias,  a   Simón le habría  parecido que la joven de cabellera larga y renegrida,túnicas de gasa y  suavidad en el hablar merecía  ser elevada casi el rango de sacerdotisa porque…¡una sacerdotisa era, justamente, lo que a Simón le pareció que le hacía falta desde hacía mucho  tiempo! Por otra parte, pensó Simón,- ¡Con su inserción en los rituales de magia  podría  impresionar un poquito más a mi  clientela! Pero si algo no estaba en los cálculos de Simón, era que la muchacha huyera, sin más ni más, un hermoso  atardecer de primavera con uno de sus clientes más perseverantes. En suma, que todo pareciera indicar que este mal de amores y este pensar permanente en su joven auxiliar es lo que ha tenido a  Simón a maltraer y casi lo ha llevado a la locura al punto que, hasta los geniecillos atrapados en las piedras de sus anillos, optaron por escapar en la primer oportunidad y huir lo más lejos posible. Y ello no le ha hecho ningún bien a su mente ni a su labor de ilusionista pues, enredado en tal confusión, ha comenzado a equivocar las pociones, brebajes y ungüentos y, obsesionado por el fracaso amoroso, pareciera que se ha hundido en algo parecido  a  la depresión. En consecuencia, los suspiros escapan de sus labios, aún en presencia de sus propios consultantes. En definitiva, su clientela ha pasado de ser consultante a consultada. -Y usted ¿qué haría en mi lugar? Preguntaba Simón a su clientela. O bien:-¿Le parece justo? Por lo tanto, en pocos meses, el mago ha comenzado a convertirse en el hazmerreír de toda la aldea.  Obviamente, en medio de tales tempestades emocionales, comenzó a ver mermar su clientela que hacía tiempo desconfiaba de cualquiera de sus sugerencias.
Y no faltaron quienes, furiosos por la avaricia, los errores, amores y desamores del mago acordaran darle unos cuántos palos por embaucador. De modo que, advertido Simón de tales peligros, con una pala se ha lanzado al rescate de sus dinerillos y, después de desenterrar todo lo que pudo, los ocultó en sus alforjas y  con algo de pan y queso, se ha internado en el corazón de los montes  para comenzar a correr. Ésta parece ser la causa, y no otra, por la que aquí vemos a Simón, maltrecho y afligido, intentando refrescar sus pobres pies en las aguas del río. 

III 

Y mientras masajeaba uno a uno sus dedos con aquel  ungüento de su propia cosecha no ha podido dirimir, hasta el presente, si en ese punto estaba en vigilia o en sueños, cuando le pareció oír a quienes supuso eran tres  pordioseros que, sin sospechar la presencia del  mago Simón, hablaban eufóricos sobre las curaciones que habían podido realizar gracias a la fuerza y al poder que les había transmitido un tal Jesús después de ascender a los cielos. De más está decir que tal conversación erizó la piel y  la pelirroja maraña de pelos de Simón que, al instante, olvidó  la mitad de sus males. Por lo tanto, en cuclillas, arrugando la nariz, con las mejillas encendidas y casi sin respirar el mago Simón se dispuso  a continuar escuchando. -¿Fuerza y poder? Pensó el mago. -¡Eso es lo que necesito!exclamó- Y los ojos azules se le agrandaron como dos huevos fritos.
-Pero…¿Cómo será eso de subir al cielo?- Se preguntó mientras se rascaba la cabeza. Volvió a orillas del río y  vio  su imagen  bajita y regordeta reflejada en la corriente. ¿Cómo podría él subir al cielo con tan baja estatura? Volvió a preguntarse. -¡No! ¡No! ¡No! dijo al borde de una rabieta. Y comenzó a hacer una danza ritual para aclarar mejor sus ideas. Y por eso Simón ahora está dando pataditas con el talón en el suelo para poder pensar mejor. Tres pasitos para adelante y tres para atrás.Tres para la derecha y tres para la izquierda. -¡Fuerza y poder! ¡Fuerza y poder! Repetía el mago Simón. Los pelos rojos y duros de Simón parecían una llamarada que acompañaba sus movimientos y las mejillas pecosas y coloradas estaban a punto de estallar. -¡Fuerza y poder! ¡Fuerza y poder! Fuerza y poder! continuó. Tan intenso era el frenesí de su danza ritual que no pudo advertir en qué momento comenzó a ser observado por los tres hombres  que, con la mano en la barbilla y los ojos llenos de asombro, lo miraban zapatear y  repetir “fuerza y poder”. El hecho es que, cuando Simón los vio se sintió ridículo y más extenuado que nuncay allí no más se cayó redondo. Vale decir que se  desmayó.  Nunca supo durante cuánto tiempo estuvo inconsciente .sin  embargo, cuando abrió los ojos se sintió sobrecogido  por un sentimiento de paz que nunca antes había experimentado. Cuando los hombres se presentaron  dijeron sus nombres: Felipe, Pedro y Juan. Y en ese momento era Felipe el que hablaba  del reino de Dios y del poder salvador de Jesús, el Mesías.
Todos los hombres y las mujeres que lo escuchaban comenzaron a sentir en su interior el deseo de bautizarse. También Simón, perplejo por las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban, creyó y se hizo bautizar. Así transcurrían las semanas y Simón no quería separarse de ellos. ¡Por primera vez era testigo de cómo gritaban los espíritus malos al salir de los endemoniados! ¡Por primera vez presenciaba la sanación real de ciegos y paralíticos! ¡Bastaba que Pedro, Felipe o Juan impusieran las manos y el Espíritu Santo descendía sobre el que necesitaba ser sanado!¡Simón estaba deslumbrado! ¡Él también quería ese poder! ¡Y hubo un momento en el que, es evidente, el mago Simón  perdió la cordura!  Presuroso y agitado comenzó a revolver sus alforjas intentando desanudar los cueros de oveja que, hasta el presente, habían protegido  su dinero de los malhechores. Al borde de la excitación y absolutamente transpirado  ofreció a los apóstoles todo su dinero a cambio de  poder. -¡Yo también quiero  imponer las manos, invocar al Espíritu y sanar a mis  seguidores!”-imploró. Los tres apóstoles lo escucharon atónitos. Se hizo un largo silencio.  Al fin, con las mejillas encendidas Pedro le contestó: -“!Al infierno tú y tu dinero! ¡El poder de Dios no se compra con dinero!” Simón estaba aturdido.- ¿Despreciaban su dinero?  ¿Acaso sus tesoros  no  servían? -Se preguntó.  Entonces, en un gesto desesperado, Simón también se sacó sus valiosos anillos y los agregó.
Los tres hombres, consternados, lo miraron tan profundamente a los ojos como nunca nadie lo había mirado. Luego se marcharon en silencio. Simón, arrepentido, se retiró a orar y a pedir perdón por sus errores.  Hay quienes aseguran que desde entonces, Simón abandonó la magia y que,en sus oraciones, rogaba al Señor que lo perdonara por su naturaleza proclive a la avaricia y la soberbia. Y en cada una de sus plegarias imploraba hasta el cansancio crecer en la fe y el amor. Y parece ser que la gracia a sus plegarias le fue concedida. En realidad, si nos detenemos a pensar, la gracia  le había sido concedida mucho antes que la pidiera. Y algunos aldeanos solían afirmar que,en sus últimos años, Simón confesaba que había bastado solo un instante para que su corazón encontrase paz,alegríay amor.

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