Relato - La zurcidora de almas

SE LLAMABA JUAN, SIMPLEMENTE JUAN

La zurcidora
de almas
Ilustración de: Norma Teresa Sánchez Forgione
Técnica Mixta -tinta y acrílico- 0.30 m. X  0.40m.

Enhebrar los hechos después de tantos años pareciera hoy una tarea imposible.
 Lo único tangible que pude encontrar,  son algunos papeles amarillentos de 1949 dentro de un cuaderno azul donde mi abuela aludía  a los sueños y a algunos hechos misteriosos que rodearon la vida de Ludmila Cueva.
Guiada por extraños designios, en este mismo instante, intentaré transcribir  las notas que,en forma apresurada y con letracursiva,mi abuela  garabateara en aquel entonces.

Julio/1949:
El Cura Párroco me pide acompañar espiritualmente a Ludmila Cueva quien tiene sueños que la inquietan y no puede comprender.
-Anoche vi una procesión de monjes encapuchados con túnicas marrones que iban  cantando por el monasterio- dice.

Agosto 1949: -De pronto me sorprendía una gran tormenta de viento…mariposas muertas…muertas…caen como si fueran hojas…sus alas destrozadas -confiesa en otro encuentro.

Setiembre 1949: -En este sueño yo peregrinaba por calles desconocidas cargando carretillas demasiado grandes para mis   fuerzas-relata.

Octubre de 1949:  -En medio de un mar encrespado y un cielo tormentoso subía a una barca inmensa. Miraba a mis hijitos.Ellos me despedían sonrientes. Yo estaba sola- refiere.

Noviembre de 1949: Era de noche. Escribía hasta muy tarde a la luz de una lámpara. Mi cabello recogido. Mi ropa antigua, una falda larga y una blusa clarita de mangas largas-dice.

Diciembre de 1949: Los sueños de Ludmila se repiten. Percibo su angustia. Ludmila no alcanza a comprender algunos sucesos que son inexplicables. Ludmila tiene mucha fé, una sensibilidad extrema y un gran sentido del deber.Ludmila, periódicamente, regresa a mí.                        

En el día 19 del mes de julio y a la luz del nuevo siglo…
Ella viene y se va casi como la brisa. Danza como las hojas de otoño y luego reingresa a dormitar en los umbrales del silencio.
Casi pareciera…no sé pero creo que …da la impresión de querer pedir permiso para presentarse y contar una historia personal que quizá sea una asignatura pendiente o algo que los que vienen después tienen que saber. Como la bella durmiente de los cuentos todo pareciera indicar que cayó en profundo sueño durante estos años y ahora, quiere despertar, se desliza ligerito pero sin ruido. Abre ventanas y portales desde donde puede asomarse a cada circunstancia de mi vida.
El té de jengibre, canela y miel me fortalece porque estoy sin energía y dispersa  desde hace una semana.
Una mujer joven golpea suavemente con sus nudillos los vidrios de mi ventana. Me mira.La miro. Dice ser Ludmila Cueva y me sugiere contar su historia.

I

Ésta es la historia jamás contada de Ludmila Cueva,la zurcidora de almas .
Cómo llegó Ludmila Cueva a convertirse en la zurcidora de almas o la sanadora es algo que en el pueblo aún nadie pudo develar.
Tanto se incrementó en los últimos tiempos la curiosidad, que los intelectuales se reúnen tardes enteras,después de dormir la siesta,a leer en profundidad vastas enciclopedias y densos tratados con la finalidad de encontrar una respuesta clarificadora en las voces de la ciencia.
Las damas aristocráticas, emperifolladas de acuerdo a la ocasión, convocan al té canasta, desfiles de moda y otras actividades también como excusa para abordar el tema.
¡Las catequistas fuerzan, después de misa, encuentros con el Cura Párroco para desenmadejar su curiosidad en aras del camino virtuoso del Señor!
Y hasta los más viejos, después del ritual del truco en el club del barrio, entonan la voz apurando el trago, para ensayar una respuesta clarificadora al misterio de Ludmila Cueva.
Lo cierto es que cada noche, cuando las luces del caserío se van apagando y los ojos se cierran vencidos por el sueño, el enigma de la zurcidora de almas permanece intacto.
Ludmila Cueva, en tanto, ajena al desvelo pueblerino, se desploma exhausta después de cada jornada.
Calentar el agua para el baño de la prole tanto como para el propio , la cabeza en la almohada , la señal de la cruz , la oración rigurosa por la paz de los vivos y los muertos  y el descanso reparador e imprescindible para el inicio del día siguiente son la liturgia  previa al final de la jornada.
Cada amanecer, apenas despunta el sol le urge el control de la huerta: el desbiche, el riego – más intenso allá, menos en el otro almácigo y apenas superficial, como acariciando los brotes- en los que serán frutos de la tierra, milagros del agua y “de su dedo verde” le dirán.
En el extremo del terreno ya están ansiosas las aves del gallinero amontonándose contra el alambrado en cuanto la ven acercarse. Y la mirada se detiene sobre todo en su gallo, un lego de plumas blancas como la nieve, un lego hermoso,  más hermoso que los otros.¡Éste es especial ! –piensa con cierta  satisfacción Ludmila Cueva.
Ese gallo aparecía en sus sueños  rodeado por un aura de luz en los momentos en que se sentía perdida en los senderos de sueños inquietantes y desesperanzadores. Cada vez que antiguos fantasmas encriptados emergían de su mente para oprimirla  en sueños  su gallo blanco  cantaba en un cruce de caminos y le indicaba por dónde debía retomar el rumbo para regresar a casa y reingresar a la cotidianeidad de sus días.
Ya despunta el sol y Ludmila abre la puerta del gallinero, tira unos granos y mientras cambia el agua sonríe y  le habla. El gallo, sensible a la voz de Ludmila, pareciera escucharla, da vueltitas sobre sí mismo, ladea la cabeza a un lado y al otro, como si la voz de Ludmila fuese un mensaje a descifrar para quebrar vaya a saber qué maleficio.
En este mismo momento, Ludmila recuerda que en el barrio,  alguna vez, los seguidores de la Madre María comentaban que un médico de la antigüedad ,Esculapio,también se presentaba ante sus pacientes  con un  gallo por lo que asociaban que, seguramente, ella tenía  el don de curar pero, como todos los que recibieron la gracia ahora…“tiene que esperar el mandato de Diosito…que se le manifieste con toda claridad…como deben ser las cosas de Dios”-le decían.
 Ludmila está dispuesta a esperar…sonríe por la ocurrencia de quien le dijo, susurrándole casi, que ella tenía el don de curar…de pronto el gallo, su gallo infla el pecho, abre las alas y  canta su quiquiriquí tempranero.
Ludmila sale de su ensueño. -A vos tengo que cortarte los espolones -le dicea su gallo que picotea las semillas y las verduras con voracidad .-Así ni podés caminar.¡Además estás muy bravo vos! y le hace señas con la mano como quien quiere darle un castigo al hijo más desobediente.
Ludmila sacude el delantal y se pasa la mano por la frente mientras la mirada satisfecha recorre la huerta y el gallinero.Duda.No sabe si empezar a criar conejos.-Se multiplican rápido,quizás algunos podrían interesarse en comprarlos -piensa.
También se pregunta qué pasaría si intentara con las codornices. Le preocupa asegurar  el sustento cotidiano de los suyos. Por suerte existen las fiestas patrias y los cumpleaños de algunos vecinos  que quieren  ayudarla   y entonces las empanadas, el locro y la humita que prepara por encargo traen a su hogar épocas de abundancia.

II

Mira el reloj. Es hora de despertar a aquellos que todavía duermen. La voz de Ludmila no se hace esperar.Cada uno se aferra a su frazada y, poco a poco, comienzan a enderezarse para mirarla con ojitos lagañosos, pelitos alborotados y oliendo el pan que pronto pasará del horno de barro a la mesa para impulsarlos a levantarse casi sin palabras.
La mesa cubierta por el hule de cuadritos celestes y rosas de pétalos abiertos, se llena de tazas coloridas, algo descascaradas, todas distintas, pero cada una con un dueño.
El mate cocido humeante, el pan calentito, el alarido del más chico porque “se agarraron mi taza”, alguna manito que intenta alcanzar al hermano para vengarse con un pellizco, tres protestas, tres rezongos porque - “hay que prepararse para ir a la escuela”.
Ludmila, desde la puerta desvencijada de la casilla de madera, observa tres siluetas blancas que parten rumbo a la escuela y que no tardan en desaparecer al llegar a la esquina.
Se saca el delantal. Mira su imagen reflejándose en el espejo. Y, en un ritual que se repite cada mañana, Ludmila exorciza sus miedos. Sonríe al espejo y con un gesto de la mano intenta  espantar los pensamientos tristes, la angustia que le oprime el pecho y las ganas de llorar.
Es un combate, su combate donde intuye que debe atravesar el desierto interior del que le habló el cura del barrio… su propio desierto…es la noche oscura del alma-le dijo-y ella le cree, le quiere creer…necesita creer…y, como lo viene haciendo hace tanto tiempo, seca sus lágrimas…se suena la nariz...Ya ni se acuerda qué es lo que le duele más…son tantas cosas…vuelve a mirar su imagen reflejada en el espejo, angosta la sonrisa y con la mano silencia el grito que le sube por la garganta.
En un segundo la mesa queda limpia. Todo al balde para ponerlo bajo la bomba de agua, pero después porque en la verdulería ya la estarán esperando.
La patrona la ve llegar y el ceño fruncido cede.Hay una queja… intercambio de miradas…sobreviene el alivio, le cede el puesto de venta  a Ludmila mientras ella regresa a  la caja.
Ludmila  limpia la verdura. Deshoja lo que está marchito y “todo lo que no luce” va a un cajón porque “servirá para la comida de los más pobres” le dice la patrona.
Ludmila le sonríe agradecida. Después frota las manzanas. Juega con los colores de  las frutas y las verduras y, en los estantes que dan a la  vereda, intenta armar  un gran árbol de navidad.
-¡Sí, eso! Así tiene que ser para llamar la atención de los clientes-piensa-y sin saber por qué pensar en la Navidad le llena el corazón de alegría.
Tan absorta está que contesta a los dueños y a los clientes sin dejar de mirar si algo está fuera de lugar. -No. Todo está bien-se dice y vuelve a sonreír.
Recibe su paga diaria, agradece las frutas y verduras del descarte y con la dirección en las manos de la señora que la necesita unas horas para el planchado camina, casi corre rumbo a la escuela.
La escuela es el lugar de encuentro con  los hijos y, mientras camina, Ludmila se entretiene observando su propia sombra.

III

Le hace gracia ver su propia  silueta en esa sombra alargada que aparece en la vereda de ladrillos improvisada por un grupo de vecinos.
¡Ya no hay más panza!-piensa Ludmila y suspira y mientras suspira oye que una voz interior le dice-Ánimo Ludmila, ánimo porque tus panzas ahora son bocas que alimentar; chillidos que resisten el baño; refunfuñamientos cuando están celosos; tironeos cuando uno agarró lo que le tocaba al otro; sopa derramada sobre el hule. ¡Ellos son parte del misterio!¡Ellos son la esperanza!-le dice la voz!
El camino desemboca justo en la puerta de la Parroquia. Ludmila les hace señas con la mano, se acerca y los abraza.
-¡Vamos a la salita! les dice Ludmila -¡Hay que ponerse las vacunas! ¡A vos Juanchito no sé si te las van a poner, hoy amaneciste con tos!
Tres sombras pegadas a la de Ludmila que les recomienda una y mil veces que no corran, que no transpiren “porque  el doctor va a pensar que no se bañan nunca”-les dice.
Los tres  se codean. -¡Qué nos importa! -contestan.
Juanchito regresa más lento que los otros. -No conviene que transpire- dice el doctor reconfirmando las sentencias de Ludmila.- Hay que hacer placas. Unas radiografías no vendrían mal-agrega.
La sombra alargada de Ludmila cobija la de Juanchito.
Ludmila sale de su ensimismamiento -¡Vamos a la Parroquia!-les dice.-¡Vamos que hoy tienen catecismo!¡Busquen los cuadernos! -Les recuerda.
-¡Te juego una carrera!-dice el más grande. -¡Uno, dos y tres!- Grita el otro que acepta el desafío .-¡A ver quién llega primero! -Vuelve a gritar el más grande que sonríe  en el papel de ganador.
 Sólo Juanchito queda rezagado, se agita y se prende fuerte a las faldas de Ludmila.
Mientras tanto los otros desaparecen en las aulas blancas de la Parroquia.
Ludmila se asegura que ya estén las catequistas y, mientras escucha las voces de sus hijos cantando a la Virgencita, comienza a remendar la ropa que después entregarán a los más pobres...“porque siempre hay más pobres que nosotros” -piensa Ludmila y eso le da más fuerzas para esmerarse y zurcir con mayor concentración.
La imagen de la Virgen Desatanudos le sonríe desde la lámina colgada en la sala.A sus pies alguien depositó unas flores.Ludmila piensa en sus propios nudos y en los padecimientos de los más desventurados . Y,mientras cose,sus labios musitan un manantial de oraciones.
Las prendas que irán a manos de los que nada tienen.  Ella tiene mucho, piensa. Hay otros que tienen menos. Hay otros…vuelve a sumirse en sus pensamientos.- En cuantito te ataquen pensamientos tristes  rezá el Padrenuestro- le había dicho el cura párroco así que Ludmila sacude la cabeza, se da cuenta que la tristeza le está ganando y, entonces, se concentra con fuerza  en el Padrenuestro pero pierde el orden de la oración .
-Si te parece muy largo decís “Señor Jesucristo, tené piedad de nosotros” todo el tiempo -se acordó que le dijo el cura .  Sí, de esa forma ya no se pierde y pronto se siente mejor. Ella al menos tiene trabajo piensa y mientras cose le parece que ve la Virgencita que le sonríe a través de las paredes de la capilla y en su alma siente una felicidad inexplicable. Y sin saber por qué mientras cose  el rezo interior  se convierte casi en canto. Ludmila guarda la ropa en las cajas. Entrega lo terminado mientras observa a los otros grupos de voluntarias. Lo que más le gusta es curiosear lo que  las señoras tejen. Se deleita con el colorido de las lanas y el tamaño de las prendas que se preparan para entregar en las salas de maternidad. Un saquito rosa, el otro celeste. Le gusta el amarillito que está tejiendo esa abuela. La aguja de crochet se desliza con rapidez inimaginable.


IV

Pero Ludmila no se descuida y mientras tanto busca con la mirada a sus hijos que  ya llegaron y están  por allá, con  los jóvenes que arman rosarios para visitar a los enfermos. El tiempo se pasó volando-piensa-. Levanta la mirada y abraza a Juanchi mientras el resto de los pichones vuelven bajo sus alas con las mejillas coloradas.
Los abraza. Vuelven al nido. Ludmila mira con orgullo el rosario que cada uno trae en su pecho.
-¡Sopita espesa de verduras! ¡ Polenta! –dice ante la mirada curiosa .Y…¡Manzanas para el que quiera! agrega Luzmila entre un concierto de cacerolas.
Luego  los deberes, el baño, el sueño y  los párpados que se cierran en las camas compartidas.
-¡Hagan pis antes de acostarse, después no pueden salir porque hace frío!- recomienda Ludmila.
 Los más grandes avergüenzan a Juanchito –¡Éste mañana amanece meado! -dicen y se ríen.
Ludmila los reta pero sabe que, por la mañana, tendrá que secar el colchón .Con el sol o el calentador ,pero hay que secarlo antes que llegue la noche-piensa mientras vigila que los más grandes no se propasen.
El beso y un ¡hasta mañana! La oración al Ángel de la Guarda y la entrega de cada uno al sueño con Jesús en el corazón. Manos medio sucias, medio limpias asoman entre las frazadas.
Ludmila se mira en el espejo redondo colgado del clavito en el baño. Sonríe e instintivamente, se tapa la boca.
Es un gesto permanente, propio de Ludmila  para ocultar  la tristeza que se le viene encima.
Ya iba a acostarse pero... la tienta trabajar en el bastidor un ratito.
-Mejor termino la pañoleta así  mañana la entrego porque me vendrían bien esos pesos-piensa-  y después me acuesto-se dice pero mientras desliza las lanas de colores en el bastidor vuelve a sentir un regocijo interior inexplicable y mientras tanto, reza. Cada vuelta, una plegaria.
Esa noche sueña. Sueña que el Señor le muestra la ropa que ha cosido y las pañoletas tejidas . Ella las reconoce. Los mismos olores. Los mismos colores. Está clasificada como ellasuele hacerlo. La de bebés,la de niños,la de adultos.
La Virgen se presenta como “La Dama de Cristal”.Permanece en silencio  y le sonríe.Jesús la bendice y una voz ,quizá la de un ángel, le habla: -¡Ludmila, vos tenés el don! ¡Los que se pongan tus tejidos o las ropas que vos arregles van a sanar de las dolencias del cuerpo y también de las dolencias del alma!-le dicen. -¡Con tu ropa vas a curar, hijita! ¡Te entregamos el don!-le dicen y ahora…duda...
–No hijita.No te dejés confundir-le dice el Párroco con ternura.- ¡Pancho Sierra, la Madre María,Nuestra Señora como una Dama de Cristal!Cuando algo es de Dios nos deja paz en el corazón y no desasosiego-le dice.
  El sacerdote la mira a los ojos.Ludmila empalidece y se queda en silencio. No. No tiene certezas. Ludmila no puede hilvanar la experiencia del todo. -Fue un  sueño –piensa – Sólo un sueño - pero a la mañana tempranito, mientras riega la huerta pareciera que el agua le aclara las ideas. Reconstruye el sueño casi como si armara un rompecabezas y mientras da de comer a las gallinas se olvida de su angustia y sonríe.
Cada día en la vida de Ludmila es igual al anterior: extenuante... rítmico...cadencioso…pleno.
Cada noche el sueño se repite.Ludmila intuye  que no debe  contarlo.Por eso lo guarda en su corazón, pero como un tesoro escondido.Sin embargo,el sueño,ese sueño la hace feliz,inmensamente feliz.
A partir de entonces Ludmila comienza a prestar atención. Ahora reconoce sus prendas en cada vecino  del barrio con el que se  cruza.
Ellos murmuran .Ella se sonroja. -No. No es nada. No tiene nada que agradecerme-dice-y rechaza cualquier recompensa.
Cada vez que teje, cada vez que cose lo único que resuena en su interior es la melodía de sus hijos cantando en  las jornadas de catecismo.
El sacerdote la llama. Deja la aguja. Guarda la ropa en la caja con su nombre. Lo sigue.
Él intenta aclararle: -La vida es un misterio y todos los seres humanos somos parte de ese misterio-le dice.
 Esas son cosas  muy difíciles de entender para Ludmila. Sólo le resultan claras las últimas palabras del viejo Párroco: -Ludmila, cuando un enfermo recibe la ropa que vos arreglás con tus manos, se cura ¿Entendés?-enfatiza el sacerdote con las mejillas arreboladas mientras se seca la transpiración que le corre por la calva y la nuca.
- El poder de Jesús  y del Espíritu se manifiesta a través tuyo para sanar a los más enfermos…vos sos el instrumento de Dios…es ÉL y solo ÉL quien manifiesta su misericordia a travéstuyo ¿Comprendés?-reitera el párroco-Comprendés?–repite  con apasionamiento.
- Cada sanación que se produce en aquellos que usan las prendas que vos  preparás son cicatrizaciones de sus heridas más profundas…no sé si podrás entenderme,hija-se impacienta el cura. Cada sanación es la manifestación del Amor de Dios-y Ludmila observa los ojos brillantes del cura.
No, Ludmila no sabe si entiende ni siquiera si puede explicarlo. Pero no importa. Ella siente en su interior las canciones de sus hijos mientras toman las clases de catecismo. Ella recuerda el sueño que se viene repitiendo cuando se acuesta de madrugada.La Dama de Cristal con su manto translúcido le abre los brazos.
-“No temas.Soy yo.Soy María”-le dice.
Ludmila se arrodilla.Santo,Santo,Santo es el Señor Dios. El que era,es y ha de venir”-dicen siete ángelesresplandecientesque enjugan las lágrimas de sus ojos.
Y ese sueño es suyo.Le pertenece  sólo a ella y a la Dama de Cristal que  permanece en su memoria vestida de sol con la luna bajo los pies.

V

El sol se oculta. El cielo azulino  se sumerge en rojos  y  violáceos. El fresco comienza a sentirse. El regreso de la capilla a casa lo hacen corriendo para entrar en calor. Sólo Juanchito debe interrumpir la carrera por los accesos de tos. Ludmila se frota las manos con rapidez, le masajea la espalda con  palmaditas y le seca la frente húmeda por el sudor. Ludmila aquieta el paso hasta acompasarlo al del hijo y lo distrae: - Mirá Juanchito, mirá cuántas flores hay en este sendero. Vamos a juntarlas para hacer un ramito y adornar la foto de la Virgen. ¿Querés? Mirá la forma de las nubes, seguro que Dios está soplando para darles esas formas y esos colores-dice Ludmila que trata de disimular la angustia que le causa la salud de Juanchito.
- Aquella parece un pájaro.La otra parece un oso gigante. Mirá. Todo parece rojizo porque el sol se va a dormir. Ahí viene una vaquita de la suerte, dejala tranquila, no la molestes, puede ser un ángel que viene a visitarte-dice Ludmila.
Y Juanchito mira ese botoncito rojo con pintitas negras que camina por su mano, sube hasta el hombro y ahí se queda quietita.
-¿Qué busca mamá?- Pregunta Juanchito mientras camina más despacito que nunca.
- Que le pidas un deseo Juanchito. Vos le pedís y la vaquita de San Antonio se lo cuenta a Jesús. Aprovechá y pedile.
Juanchito insiste -¿Una sola cosa le puedo pedir? ¡Es difícil una sola!-protesta.
- Mejor una y que se cumpla y no muchas que no se puedan cumplir- replica Ludmila muerta de risa por el desasosiego de Juanchito que desea tantas cosas pero a la hora de elegir no sabe cuál es la más importante porque para él todas tienen el mismo valor.
Da golpecitos impacientes en el suelo – “¡Dale má, ayudame a pensar,  má!”
Ludmila escucha los gritos de los más vigorosos que ya están cantando salvajadas en la puerta de la casa.
Alguno advierte -¡Entre mamá y Juanchito seguro hay un secreto!
Después, intrigados y celosos gritan más fuerte: -¡Entre mamá y Juanchito seguro hay un secreto!
Es demasiada presión. El corazón de Juanchito late como loco. -¡Mamá, con ese griterío no puedo pensar!- dice.
 Los ojitos se le llenan de lágrimas. Es como si tuviera en la manito una piedra preciosa que se le puede escapar por el griterío de los hermanos.
 –¡Má, seguro que se va a ir!Llorisquea Juanchito.
Entonces Ludmila saca de su caja un trocito de tela casi transparente. Allí pone al mensajero y le recomienda:
-¡Apuremos el paso Juanchito! ¡Dentro de casa ya no podrá escapar!
Juanchito se serena. La ansiedad se pospone. Cuando llegan a casa Ludmila busca un frasquito de vidrio que todavía huele a miel. Le quita la tapa y allí deposita la piedra preciosa,justo  en el centro de la mesa familiar.
Los más grandes sugieren a Juanchito todo lo que puede pedir -¡Dale! ¡Apurate! ¡No seas tonto!.
Los ojos confundidos de Juanchito buscan los de su mamá para que lo salve del vértigo de los más grandes y Ludmila impasible les anuncia:
-¡Los baldes con  el agua tibia para el baño ya están listos! ¡No molesten al visitante que está en el frasquito! ¡Hay que atenderlo bien porque los está mirando a todos y seguro que a Dios le hablará de cada uno!
Ninguno se mueve de la mesa. Ninguno tiene ni la más remota idea de bañarse, al menos no por ahora.
Ludmila los llama por el nombre:-¡Candela! ¡Francisco! ¡Juanchi!-dice elevando la voz con firmeza.-¡No hay réplica que valga!
Y allá van,de a uno, desganados y haciendo burla a los que se quedan hipnotizados mirando  la vaquita de San Antonio.
El mate cocido de esa noche tiene la efervescencia familiar. Cada uno parece una burbuja saltando alrededor de la vaquita de San Antonio. Ni siquiera el olor a pan calentito los distrae. Todas las miradas confluyen en el frasco.
Uno de ellos propone -¿Y si nos lo quedamos?
Otro responde de inmediato-¡Sos loco! ¿Y quién le lleva el pedido a Dios?El más grande  se enoja -En mi mano y en mi brazo yo tuve montones pero siempre se volaron y nunca me trajeron nada.- ¡Todo eso es  mentira!-dice desdeñoso.
Devoran el pan con el mate cocido. Alguno sugiere-¿Y si le pedimos todos?
Ludmila pone orden: -¡La vaquita de San Antonio es de Juanchi, así que él es el que tiene que pedir!
-¡Pedí mucha plata! le dice uno.
-¡Claro, si tenemos plata tenemos todo, zonzo, y sería para mamá, para vos, para nosotros también! -dice  otro.
Mientras tanto, el bichito de San Antonio sube y baja dentro del frasco.
Juntos lo observan con las manos en el mentón. Juanchi duda.Se rasca la cabeza y se revuelve el pelo como cada vez que piensa .Después pregunta-¿Má, no es mejor que cada uno pida y que la vaquita elija qué le va a decir a Dios?
Todos aplauden, todos golpean la mesa con fuerza.
 Afuera,el titilar de las estrellas.Tres hermanos tomados de la mano enoración.Ludmila abrió el Evangelio y leyó: “También les aseguro, pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.”
Entonces cada uno se sintió con el derecho a pedir y pidieron, pidieron, pidieron tanto hasta que empezaron a bostezar de sueño.
Ludmila aclaró a Juanchi que como la vaquita de San Antonio había venido a verlo a él, si quería ya podía liberarla para que cumpliera con su misión.
Muy orgulloso Juanchi tomó el frasco, lo destapó despacito y todos espectantes, estuvieron pendientes de los desaciertos de la vaquita de San Antonio que no sabía por dónde salir.
Entonces Ludmila recostó el frasco hasta que, lentamente, el mensajero, bañado en un resplandor dorado, partió con las alas diminutas desplegadas y se perdió ante la vista esperanzada de todos.
A cada uno le pareció que el resplandor iridiscente se potenciaba a medida que la vaquita se elevaba en su vuelo ascendente y desaparecía en la oscuridad, entre los  fulgores y el centelleo de la vía láctea.