Relatos
Fantásticos
Ilustración: Norma Teresa Sánchez Forgione
Titulo de la Obra: El Duelo
Técnica: Tinta sobre papel
Medidas: 21cm x 29cm
EL DUELO
Dicen
que en esas tierras resquebrajadas por la sequía sólo había algarrobos y
mistoles para guarecerse. Dicen también que hubo tiempos en que todo aquél que
gustaba competir por su hombría, recorría las grandes distancias solo a caballo
y que era común que en los almacenes de
ramos generales cada jinete, entre ginebra y ginebra, sacara pecho hablando del
animal al que sentía como su compañero, su confidente y, más de una vez, hasta como
su guardián.
Y
en aquellos tiempos, llegó al pueblo un mozo de buen aspecto y de carácter
fuerte que por su personalidad parecía
que Dios lo había dotado para acciones de mando. El hecho es que en aquel entonces, previo a
las elecciones, hubo en aquel paraje ciertos desórdenes, y que preocupados por
la falta de autoridad dieron al mozo en cuestión el cargo de comisario,
escribiente y juez de paz. Cargos que,
aseguran las crónicas de la época, eran de gran responsabilidad y que, en
consecuencia, al susodicho le cabía en esos
pueblos el deber de desempeñarse como representante administrativo y judicial del
Estado y que en el lugar adquiría singular importancia tal como aconsejaba el socarrón Viejo Vizcacha en el Martín
Fierro.
O
sea que el mozo a quien intentamos referirnos, dueño de rasgos caligráficos sin
igual, tanto podía anotar matrimonios ,nacimientos o defunciones así como
interferir en algún litigio o repartir con la fusta algún que otro rebencazo y
encerrar en el calabozo tanto al último ladrón de gallinas como a cualquiera
que intentase transgredir las normas de convivencia. El caso es que, con el correr de los años, el
joven demostró que la designación no había sido en vano y que, amén de sus
dotes de seductor con las mujeres, también tenía agallas para mantener el
orden.
Blanco
de tez, rubión el cabello y de ojos color del tiempo, si bien en parajes como
aquellos no había mujer que se le resistiera tampoco malhechor que no escogiese
huir hacia otros rumbos. Criollazo el
mozo en cuanto a su origen, descendiente de españoles y nativos, gustaba de la
música y el baile razón por la cual aceptaba gustoso cuanto convite le hicieran con motivo de bautismo,
comunión o casamiento, que habitualmente esas eran las razones por las que se
reunía a festejar la gente de su pueblo.
De elegante estampa, comúnmente, usaba
ropa de colores claros, botas de cuero altas y negras con espuelas y rastra llena de
incrustaciones de plata.
Y tal parece que el joven, en algún momento, decidió sentar cabeza en lo
afectivo y aquerenciarse con una criolla
de porte distinguido y dueña de unos
hermosos ojos verdes que el comisario no
hubo de pasar por alto. Sabedora ella de
los peligros a los que tenía que enfrentarse su hombre pensó que para
fortalecer su bravura
y su coraje lo mejor era poner un rosario de soga y cuero con la cruz de plata como
escudo en su pecho y una daga con incrustaciones de San Miguel Arcángel en su
empuñadura.
El caso es que el día del Señor del Mailin estaba próximo,
y, en su honor, se había previsto procesión y
baile por la nochecita.
Por
tanto los organizadores llegaron a la
conclusión que la presencia del comisario garantizaría el orden pues los bailes
solían durar hasta la madrugada y no faltaba quien, con unas copas de más, transformase
el júbilo de la celebración en desencuentros y amarguras. El hecho es que el
día llegó y la noche pasó entre zambas y chacareras que sembraron la alegría en cada uno de los asistentes.
Pero, pasadas las dos de la mañana, cuando
el comisario sintió que ya había cumplido con su deber, la madrugada preparó sus garras.
Quienes
gustan relatar tales sucesos afirman que se desencadenaron con posterioridad al
cierre de los festejos. En el afán de dar
veracidad a los hechos la mayoría afirma que finalizada la celebración los más
viejos ponían todos sus esfuerzos en atender lo mejor posible a los musiqueros y
la energía de los jóvenes estaba en burlar el control de los mayores para algún
arrumaco. Aseguran también que la recaudación a favor de la Parroquia había
sido más de lo esperado y la diversión excelente.
Y,
en este acto, afirman los pobladores que agradecidos por la diversión despidieron al comisario y lo vieron partir en
su fiel alazán engalanado para la ocasión.
Dicen también que era noche de plenilunio de modo que el reflejo generoso
de la luna iba derramándose por los senderos que lo llevarían de regreso a la
querencia. Y, de acuerdo a las descripciones, parece ser que el juez de Paz,
para protegerse de la intemperie, ya iba envuelto en el poncho que Petrona, su
mujer, había tejido en el telar con una hermosa cruz pampa en el pecho y otra
en la espalda.
Y
los abajo firmantes, atestiguan también que el paisano regresaba al trote lento
atravesando caminos a la vera de los campos del vecindario cuando se detuvo precavido porque
la proximidad de la acequia solía generar en la hondonada una atmósfera con
escasa visibilidad. Y confirman también, que fue en tales circunstancias y no
otras, que el alazán paró las orejas y
relinchó negándose a avanzar. Y que vio
el hombre en ese instante un fulgor en el cruce de caminos y, en simultáneo,
sintió un fuerte olor a azufre. Y dada
su preocupación por lo que podría ser un incendio en los campos vecinos espoleó
el caballo acariciándole la cabeza para tranquilizarlo y animarlo a seguir. Y
que fue en ese momento que sintió el comisario un estremecimiento profundo.
-Mi
alazán quería volverse pero lo obligué a seguir- afirmaba al calor de la caña- Quise
agudizar la vista entrecerrando los ojos pero ahí nomás casi se me soltaron las
riendas, no me quedó más remedio que agarrarme de las crines, de abrazarme a
su pescuezo cuando una bandada de
murciélagos comenzó a volar en círculos y desde las esqueléticas sombras de la
cina cina emergió un jinete montado en
una bestia negra que parecía resoplar fuego por las narices. -Mi alazán se alzó sobre las patas traseras
–dijo-mientras tanto pude recuperar y asirme a las riendas a la vez que sacaba
mi daga y se me ocurrió blandirla en
alto como si fuera un crucifijo para interponerla delante de la figura tenebrosa.
Y
dice también que en la soledad de la noche las risotadas de ese ser oscuro
resonó como si fueran miles de ellos y que la bestia sobre la que montaba seguía
intentando amedrentarlo lanzando toda su
furia por las narices.
-Qué
buscás-dije blandiendo mi daga en alto y
gritando cada vez más fuerte a la luz de la luna, pero todo esfuerzo parecía
inútil porque el jinete de las sombras repetía sus risotadas mientras se
burlaba diciendo:
-¡Así
que tenemos un comisario, un juez de paz y un escribiente! ¡Cuántos títulos tenemos en un solo mortal! –dijo
haciéndome llegar la fetidez de su aliento y lanzando cuchilladas que parecían
alcanzar mi rostro. ¡Lástima que en tus
bolsillos no haya ni un cobre gritó! -Mirá lo que vengo a ofrecerte –dijo-y
sonriendo mostró todos sus dientes de oro mientras arrojaba montañas de monedas
entre las patas de mi alazán. El ángel
del mal bramó en la oscuridad -¡Todo es tuyo si me das tu alma!-dijo.
-No
sé qué extraña fuerza sostenía mi brazo con la
daga en alto-dijo mientras le servían otra caña -Lo que no voy a olvidar jamás es que con mi pulgar comencé a
acariciar la talla en relieve del San
Miguel Arcángel que Petrona había hecho grabar
en mi empuñadura. -El olor a
azufre era cada vez más fuerte, la niebla cada vez más intensa y, sin embargo,
embravecido por la fuerza del Arcángel me atreví a hundir zigzagueante la daga
de plata en el pecho de la bestia. -Sentí entonces el ruido y vi el
chisporroteo de nuestras dagas mientras los animales encabritados se paraban
sobre sus patas traseras y tiraban coces al aire.
De
pronto el jinete oscuro y su cabalgadura negra desaparecieron tras los arbustos
achaparrados. -Aproveché el
instante -dijo- intenté recuperar el
aliento y logré mantenerme sobre mi cabalgadura.
Miré el cielo, la luna llena ya estaba en
el horizonte y la vía láctea parecía desvanecerse. -¡Un poco más! –Dije- ¡Ayudame
Señor de los Milagros, Señor del Mailin! -Invoqué casi exhausto. –Y entonces, casi
suspendido sobre los arbustos, volvió a
reaparecer el ángel oscuro blandiendo
su daga y vociferando:
-¡Pobre
hombre soberbio y altanero, tu rancho es una pocilga, esta noche te ofrezco todas estas tierras que cuidás con
tanto celo! ¡Todo es tuyo a cambio de tu alma! –Dijo –lanzando mil cuchillos contra mi cuerpo.
El
escribiente agrega haber sentido un dolor
punzante en el brazo izquierdo y que pese al dolor mantuvo su daga en cruz lo
más alto que pudo. Dice también que sintió el rosario que Petrona le había
colgado en el cuello agitándose bajo la camisa empapada por el sudor,
desgarrada y sanguinolenta. El
escribiente también insiste en declarar que
le respondió ¡Nunca, porque mi alma es del Padre que está en los cielos!
Quien
fuera designado Juez de Paz por mérito propio también reitera que mientras el
ángel oscuro lo humillaba con sus risotadas y sus blasfemias los estiletes se
entrechocaban con estrépito.
-El
comisario, quien aquí jura haber
intentado custodiar la seguridad de su pueblo hasta las últimas consecuencias,
también declara en este acto que cuando
el ser oscuro advirtió que sus fuerzas flaqueaban anticipando el triunfo del
mismo infierno se atrevió a ofrecer:
-¡Podés
llegar a ser el ganadero más rico de la
zona, tus animales serán los mejores, tus tierras tendrán la fertilidad que nadie tuvo jamás en estos parajes! ¡Tendrás las mujeres más
codiciadas por su hermosura! ¡Te ofrezco la gloria si me das tu alma!
En
este punto quien dice ser el escribiente declara haber sentido que en ese mismo
momento se desmayaba y que cuando sintió el frío de la daga del ángel oscuro
contra su pecho cantó un gallo y que entonces supo que se anunciaba el amanecer
y que El Señor de los Milagros lo había salvado. Que el aquí firmante asegura que en ese instante el
sol bendecía la tierra y penetraba toda oscuridad y que con la ropa desgarrada
y con las heridas sangrantes tomó el
rosario entre sus manos ,se recostó sobre su caballo y se dejó llevar.