Relato - El séptimo asiento del último tren

SE LLAMABA JUAN, SIMPLEMENTE JUAN

El séptimo asiento
 del
  último tren 

Título de la obra: Milagro en la estación 
Ilustración de: Norma Teresa Sánchez Forgione 
Técnica: Dibujo en tinta y grafito
Medidas:  0,30m. x 0,40m. 

  
En opinión de la mayoría de los miembros del grupo hay coincidencia. 
Las circunstancias nos han llevado a unificar criterios y a suponer que Juana puede ver debajo de las apariencias. Ello la convierte en una mujer interesante, pero sobre todo la pone en una situación ideal para hablar con cierta autoridad del séptimo asiento del último tren. 
En efecto, según el relato de Juana, diariamente, debe tomar el tren de las 7.07 horas que la conduce a la ciudad de Buenos Aires para llegar en horario a su trabajo, en las cercanías de Plaza Miserere. Nacida en los valles de Río Negro, la puntualidad siempre ha sido para Juana, una cuestión de honor, razón por la cual -“Llueva, truene, garúe o granice  debo tomar ese tren”-Afirma. 
El hecho es que en algún momento advirtió que, sin saber por qué extraña circunstancia, siempre subía al séptimo vagón de modo que, prisionera de tal hábito, intentaba por todos los medios acceder a él, algunas veces  caminando por el andén, otras desplazándose  por los pasillos interiores con el tren en movimiento. 
-Lo cierto es que, aunque les parezca absurdo, incorporar ese juego a mis rutinas  me entretenía-dijo -y daba cierta originalidad a las incomodidades del viaje pues-afirmaba-ya subir al tren de las 7.07 en cualquier día hábil de la semana implicaba pasar por una y mil peripecias”.
Juana era la más alta de su familia y  de una belleza exótica con su cabello renegrido extremadamente lacio; pómulos marcados; boca pequeña de labios finos y ojos achinados color miel. 
El mismo tono de voz suave y dulce y la expresión serena  de su rostro la convertían en una mujer creíble y seductora a la que todos deseábamos escuchar.
La habíamos conocido por sus dotes poéticas varios años atrás en nuestras peñas literarias y su estilo daba cuenta de una mujer independiente, realista y sagaz, con una chispa natural  para el humor. De hecho, sus ocurrencias, más de una vez, provocaban inesperadamente   estallidos de risa en los miembros del grupo. Lo cierto es que solíamos conversar con ella durante horas casi sin darnos cuenta. Y fue en uno de esos encuentros donde a la lectura de lo escrito se le agregaron los acordes de una guitarra, algunas empanadas y buen vino. Allí Juana encontró la posibilidad de cantar algunos poemas de su autoría hasta que, inesperadamente, pareció caer en un mutismo inusual. 
Intrigados por su prolongado silencio y, ante nuestra insistencia, decidió compartir las vivencias de los últimos siete meses en el trayecto del tren a su trabajo. Juana aceptó  aclarando que quizá, al compartirlas,podríamos ayudarla a     exorcizar los espectros que, inexorablemente, la acosaban en cada viaje y que ya no le daban sosiego. 

II 

Al principio-dijo-en medio del sacrificio que implicaban los madrugones, el hecho que el tren que debía tomar fuera el de las 7.07 me pareció de buen augurio. Pasado el primer trimestre-agregó-comencé a sentir que viajar en el séptimo vagón también podía ser un  indicador de buena suerte. 
Ya habían comenzado los rigores de  finales de otoño -dijocuando con el cielo aún sombrío por los remoloneos del sol y, en medio de la ropa oscura de la mayoría de los pasajeros, comenzó a destacarse, cada día, una mujer con atuendos sumamente coloridos sentada, exactamente, en el séptimo asiento. Los fucsias, los turquesa, los verdes y los amarillos intensos de sus vestidos-dijo-parecían propios de las culturas originarias de los territorios andinos.  
-¿Te pareció conectada con la Pachamama?-preguntamos los más ansiosos. 
-¿Acaso era una machi?-preguntaron otros. Juana pareció dudar.
 -No lo tengo claro…-respondió-pero observar a esa mujer de colores estridentes cada mañana se había transformado en mí casi en una obsesión. En tanto la mujer-continuó-parecía presa de un sopor que alternaba entre la ensoñación y la vigilia al punto que viajaba, casi todo el trayecto, con la cabeza inclinada y el mentón casi rozando su pecho. 
Mientras tanto, su cuerpo se balanceaba acompasado al ritmo del tren casi todo el viaje mientras sus manos acariciaban las cuentas de lo que parecía…-aquí Juana volvió a dudar- en las penumbras del vagón mal iluminado… un rosario.   
Atragantados por las empanadas picantes y calentitas, nos servimos unos tragos de tinto. Juana nos agradeció y lo aceptó de buen grado. Hizo una pausa.Sorbió los tragos en silencio. 
-Yo estaba tan intrigada -dijo retomando la palabra- que hice el mayor de los esfuerzos por acercarme al séptimo asiento lo máximo posible. Esa mujer me inquietaba sobremanera. En realidad, ahora que lo pienso mejor, un modo más adecuado de expresar lo que  provocaba en mí  sería decir que me magnetizaba.  
Hizo otro silencio para beber largamente su vino mientras rechazaba con el índice una empanada. 
-Finalmente, las últimas semanas pude acercarme a codazos hasta el séptimo asiento y allí me plantifiqué como si fuera un derecho legítimamente adquirido.  
Estaba parada casi al lado de modo que podía observarla detenidamente y,hasta percibir su respiración. 
Efectivamente, solo entonces pude constatar que la mujer llevaba en sus manos una soga  con nudos equidistantes y los acariciaba uno a uno todo el tiempo. 
-¡Entonces era un rosario!-Dijimos al unísono. 
-No lo sé. Creo que la soga envolvía toda su cintura- afirmó. -Pero allí pude convencerme-Hizo una pausa-Lo que había visto en los viajes anteriores no había sido fruto de ilusión óptica alguna ni tampoco de alucinaciones. En cada viajecontinuó- la mujer se mecía suavemente de atrás hacia adelante como en un ritual, mientras musitaba lo que parecía un lamento. En un lenguaje incomprensible -agregó-y en un tono de voz casi inaudible, musitaba lo que podría ser una plegaria, un mantra o, quizá, una canción ancestral. 
En este punto del relato, Juana pareció concentrar toda su atención en el hueco de su guitarra como guiada por la convicción que, en las profundidades de la madera, podría atrapar los recuerdos para traerlos al presente. Luego cruzó los brazos sobre el pecho y ajustó la ruana alrededor de sus hombros,sin embargo, no pudo evitar un ligero estremecimiento.

 III 

La aguardamos en silencio.Tomás, apuró otro trago mientras Myriam, más impaciente, servía café para cada uno sin preguntar si lo deseábamos o no. Juana, nuevamente en sí  misma, recorrió con sus ojos pardos la sala para detenerlos en cada uno de nosotros. Esta vez percibimos una mirada antigua… cansada… dolorosa… 
-Después-dijo con la voz quebrada –Después…vino el accidente…Hubo muchos heridos y muertos entre los fierros del tren de las 7.07.Pero para nosotros, los del séptimo vagón solo hubo un cimbronazo. Inexplicablemente, salimos ilesos. 
El rostro de Juana se había desencajado. Su actitud corporal acompañaba el rictus de dolor. Todos, casi en simultáneo, observamos su abrigo.Los dibujos étnicos y coloridos del tejido artesanal parecían tornarse cada vez más intensos. En tanto sus manos comenzaron a juguetear con un rosario de cuentas color avellana. Mientras las acariciaba una y otra vez repetía:-No pude salvarlos a todos…no pude… Desconcertados, solo supimos acompañarla con la espera. 
De pronto advirtió que seguíamos allí, a su lado, respetuosos de sus tiempos y su confidencia. Volvió a mirarnos uno por uno.Nos costó sostener su mirada. 
-No pude…No pude salvarlos a todos…-volvió a decir casi como en trance. 
-Desde entonces, la mujer orante o la machi o quien fuese desapareció -aclaró. Ahora, cada vez que tomo el tren, aunque intento permanecer en estado de vigilia la pesadilla se repite y casi como entre sueños, la visualización de los fantasmas se reitera-agregó-.Siempre son diferentes situaciones que acontecen casi como entre líneas de tiempos paralelos. 
En algunas, el tren de las 7.07 se desplaza a velocidad uniforme y yo me veo a mí misma, casi especularmente, reflejada en las ventanillas del séptimo asiento enfrascada en alguna lectura. En otras, hay un sacudón terrible. El tren descarrila. Cada vagón penetra en el vagón anterior. Se apagan las luces. El piso del tren se hunde. Todos quedamos atrapados. Y yo, suspendida en otra dimensión, veo mi propio cuerpo y el de los otros pasajeros gimiendo entre los fierros en medio de la sangre y el horror. En otras, el tren descarrila y  aunque elevo al cielo mis plegarias, sólo nos salvamos los del séptimo vagón. 
Yo aún estoy en estado de confusión y no he podido discernir si la rezadora existió, si fue un mensajero o si está en lo más profundo de mí por alguna cuestión ancestral.  
En este mismo momento  me pregunto y les pregunto,quién soy; cuál es el sentido de mi existencia; en qué línea del tiempo estoy aquí, con ustedes, y si acaso, alguna vez, podré develar el misterio del séptimo asiento del que para muchos…fue el último tren.

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